Una vez tuve un barco, un barco
joven, uno que apesar de las tempestades, temblaba pero no se hundía. En algunas
ocaciones tenia que trasnocharme para sacar todo el agua de la cubierta en los
días de tormenta en altamar.
Una vez, en una tormenta mi barco
querido, encalló en una costa desconocida, y toda la tripulación temimos.
Temimos de que no nos volvieran a encontrar, temimos de perdernos, temimos de
desaparecer, entonces la tripulación y yo, escribimos nuestros nombres con un
cuchillo en la cubierta. Mientras escribia mi nombre, en la piel de mi barco,
me hize una herida con una astilla, y mientras trataba de retirarla, la astilla
me lastimaba más, entonces decidí dejarla ahi.
Los primeros días me dolía al
punto de preferir no coger nada con la mano (desgraciadamente era mi mano derecha), asi que a la mala, aprendí
a usar mi mano izquierda para comer, escribir , dibujar, entre otras cosas que
disfrutaba hacer.
La tripulación y yo aún temiamos
de lo peor: que nos habrian dado ya por perdidos, o peor aún, por muertos. Mi
querido barco, se veía tan solitario sin que su tripulación corriera y riera en
su cubierta. Mi barco, tan lejano y solo, me miraba con sus tristes velas,
pidiendome que no lo dejara, que no me rindiera, que teniamos que tener una
ultima aventura en altamar, como aquella primera vez, sin tripulación, sin
experiencia, con mucho temor, temor a morir, temor a morir ahogados por la
emoción del mar.
Luego de esa mala experiencia, mi
tripulación y yo tuvimos mucho temor de volver a embarcarnos en mi querido
barco.
Una noche, con mucho temor, volvi
a pisar la cubierta de mi querido barco, toque nostalgicamente el timón, y
recorde ese dolor de la astilla, que ahora se sentia, casi absurdo. Absurdo
pero recordaba como dolió, pero ahora ya no dolía lo suficiente como para ser
cuidadoso nuevamente.
Es ahí donde ví mi nombre tallado
en la vieja madera, recordé aquellos viajes que habíamos vivido, la primera vez
que besé la brisa del mar, la primera vez que reí al ver el amanecer en el
horizonte; y que decir de la primera vez que vi la luna llena y ví como su luz,
era la única luz que alumbraba y se reflejaba en mis ojos en la oscuridad
absoluta de la noche; no podría olvidar la primera vez que me bañé en las aguas
virgenes azules, nunca.
Ahora te veo, siges siendo tan
solitario, tan lejano, tan viejo, mi querido barco, algún día volverás a tu
puerto, y si nunca vuelves, te recordare con esta astilla que hasta el día de
hoy se encuentra en mí, que ya no duele más; porque se hizo parte de mi.